SOLOS


We live, as we dream—alone. . . .
Joseph Conrad


En cuanto el chasquido de la llave resonó por el pasillo y las escaleras vacías, el hombre, con las yemas de los dedos, empujó la puerta, tanteó la pared a su derecha, encendió la luz y se volvió a la mujer:
—Pasa. Como si estuvieras en tu propia casa —a ellas siempre había que cederles el paso, no importaba lo que fueran o el país del que vinieran; así le habían enseñado de niño y así debía ser.
La mujer, acostumbrada a entrar en viviendas de extraños, miró a su alrededor sin reparo: el vestíbulo pequeño y su perchero, la cocina a la izquierda, el cuarto de baño a la derecha, otra puerta y su penumbra, que más que miedo le produjo curiosidad. Él entró y, sobre una mesita frente al sofá, encendió una lámpara que dio una luz blanco azulada.
—¡Wooo! —se sorprendía ella; pero no por el salón, los muebles, las cortinas; con lo que le había costado buscar, decidir, elegir, comprar; sino que se sorprendía por lo más natural: las paredes de suelo a techo cubiertas de estantes llenos de libros.

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