Detrás de la luz

 

DETRÁS DE LA LUZ


V


A Ricardo Ribas
(1946-2015)


Detrás de la luz, vas, luz tú mismo,
completando los lugares y las cosas que dejaste:
el árbol que a la siesta hacías árbol de Tarzan;
la flecha certera del arco que tensaban
tus propias manos, los fuegos y cuentos
que alargaban las noches de verano;
la casa de madera que fundaste
junto al limonero y fue oficina
del sheriff, banco, guarida, club secreto;
la mesa ya tajeada en la que abrías
ranas y sapos y alguna culebra,
sólo por ver cómo eran;
y las moscas, las avispas, los zánganos
que guardabas en frascos intocables
observando;
y la mochila, la tienda, las botas
de adolescente andariego;
y los perros y gatos que curaste,
y las casas de vecinos que atendiste a medianoche,
y el hospital y sus pasillos urgentes,
y el quirófano de luces chatas donde un rostro
anónimo te cedía su esperanza.
Y tu calle, siempre tu calle, esa magia
en vos concentrada.
Ya no estás. Y aún así, sabemos,
habitas los lugares que habitaste
pero detrás de la luz.


(de Después del Sur)

IX

 

LAS COSAS

                                                                             A los que habitan en mí 

Parece que las cosas que un día fueron tuyas, a veces

al tocarlas tiemblan

como si quisieran renacer

o jamás, contigo, hubiesen muerto,

y esperan tu mano.

 

Porque sólo para nosotros has muerto, sólo para nosotros

has entregado tu vida a esa otra vida

que no abarcamos.

 

¿Dónde andarás,

que ya no completas el aire?

¿Dónde andarás,

que ya no estás en las horas?

 

Vives como se dice en el recuerdo y vivirás

mientras alguien aun sin querer te evoque               

en esos momentos de magia en que el mundo

se hace silencio y se detiene y tú apareces.

 

Y aún después del último

aliento de ese último

recuerdo que te lleva

estarán las cosas que fueron tuyas

y te esperan.

 

                                                                                              (de Después del sur)

 


XXIII


Sagrados
son los muertos
como el alba,
el alba sin sonido
que emerge irrevocable
tras la ventana oscurecida
que despierta la mañana como el aire
que nos envuelve con sus brazos
intangibles como la música encendida
clave silente que se escurre sin tempo
entre las manos fugaces
eternas
como el alba.


(de Desde el Alba)

 

 

 XXVII


Una mañana del tiempo vespertino
se desatará
cansadamente la cuerda que te ataba
a la bahía y partirás como una barca,
entre las olas plácidas,
con un amplio gozo de luna hacia el silencio.
Una suave brisa
norteña con sus manos
empujará suavemente tus dormidas velas blancas
sobre la superficie lenta
que lentamente hamacará tu figura evanescente
y flotarás como un solo cuerpo con la dicha,
que te invade, te convierte,
hacia el remoto aliento de tu origen,
y en las arenas blancas del sur ilimitado
renacerás
todo silencio
todo luz
eternidad.


(de Desde el Alba)

 


XXXVIII


A Silvia
(11-11-1987-4-8-2004)


Nada te queda ya, salvo
el latido extremo.
Tus huellas firmes
se hacen aire, tu sangre
olvido.
La esperanza, oculta, aún pulsa
en tus venas últimas
de saber que despacio regresas
al cardo y a las alas.


Julio 2004
(de Después del Sur)

 

XIX


LA VOZ


Acaso estás cansado de venir a mi paso, de lanzarte
audaz por la angustia hacia la dicha, de buscar
la fuerza del recuerdo y la ilusión, pero aún
dudas.
Desde tu alba misma, ¿recuerdas?, recorremos
los caminos colmados de flor quieta y de pájaro
que asombraba al cielo desplegando,
parecía, ese azul intenso que anhelabas
para tus propios adentros,
y nos rodeaban otras sombras, como tú, que pugnaban
con tus manos por asir el resplandor
de la rosa y el diamante.
Mira, ahora, el sol se precipita allá en lo hondo,
donde el mar regresa al cielo, y se derrama,
ya líquido, dorando las olas que se mecen y los cúmulos
altivos que semejan tus sueños; sus rojos
y morados ya murientes anuncian la noche, la noche
imparable, la noche cada vez más larga,
y cada vez más tuya.
De silencio cansado, ya avanzas, el paso
tremoso, la mirada
pesada en el suelo, el pensamiento,
ese fluir que nunca comprendiste más que al río,
inmóvil.
Sé que te duele el destino inevitable
de entregarte a la nada,
de diluirte en el aire, sus puertas,
o de hacerte tierra, sus fondos, y no encuentras
el lecho justo a tu cansancio,
a tu deriva añosa,
a tu fe de hierro frágil. Sí, lo sé.
Lo sé porque lato y vengo en ti latiendo
desde antes que echaras a andar por la esperanza;
lo sé porque lato y vengo en ti latiendo, y en todas
esas sombras que pueblan el mundo,
desde el principio exacto de la luz, de esa luz
que jamás se hunde en la noche, y seguiré latiendo,
latido puro,
más allá del último hombre.


(de La voz y sus sombras)